viernes, 12 de diciembre de 2008

LECTURAS III DOMINGO ADVIENTO

PRIMERA LECTURA

Desbordo de gozo con el Señor

Lectura del libro de Isaías 61, 1-2a. 10-11

El Espíritu del Señor est sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor.

Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas.

Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos.
Palabra de Dios.

Salmo responsorial Lc 1, 46-48. 49-50. 53-54(R.: Is 6 1, 1 Ob)Me alegro con mi Dios.

Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. desde ahora me felicitarán todas las generaciones.

Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.

A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia.R

SEGUNDA LECTURA

Que vuestro espíritu, alma y cuerpo sea custodiado hasta la venida del Señor

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 5,16-24

Hermanos:
Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros.

No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo, quedándoos con lo bueno.

Guardaos de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la Paz os consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo.

El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.

Aleluya Lc 4,18
El Espíritu del Señor está sobre mí; me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres.

EVANGELIO

En medio de vosotros hay uno que no conocéis

Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 6-8.19-28

Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Este vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. El no era la luz, sino testigo de la luz.

Este es el testimonio que dio Juan el Bautista, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén a unos sacerdotes y levitas para preguntarle: “¿Quién eres tú?” El reconoció y no negó quién era. El afirmó: “Yo no soy el Mesías”. De nuevo le preguntaron: “¿Quién eres, pues? ¿Eres Elías?” El les respondió: “No lo soy”. “¿Eres el profeta?” Respondió: “No”.
Le dijeron: “Entonces dinos quién eres, para poder llevar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?” Juan les contestó: “Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Enderecen el camino del Señor’, como anunció el profeta Isaías”.
Los enviados, que pertenecían a la secta de los fariseos, le preguntaron: “Entonces ¿por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el profeta?” Juan les respondió: “Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen, alguien que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias”.
Esto sucedió en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan bautizaba.

Pistas para la Homilía Dominical

Lecturas:
Profeta Isaías 61, 1-2ª. 10-11
I Carta de San Pablo a los Tesalonicenses 5, 16-24
Juan 1, 6-8. 19-28

La liturgia de hoy tiene dos ejes: por una parte, Juan Bautista es el personaje central; por otra parte, la alegría es el sentimiento que inspira las lecturas y sirve de hilo conductor a través de toda la celebración. Los invito a que centremos nuestra reflexión en el tema de la alegría.

Bastante falta nos hace, pues estamos seriamente preocupados por el freno que afecta a la actividad económica, el saqueo a los bolsillos de los ingenuos ambiciosos que le apostaron a las “pirámides”, el invierno que ha destruido los hogares y negocios de cientos de miles de hermanos nuestros. Abundan, pues, los motivos de preocupación.

Ante estos hechos sombríos que afectan nuestro estado de ánimo, necesitamos una buena dosis de alegría.

Este sentimiento está presente en todos los textos litúrgicos de hoy:

La antífona de entrada, al comienzo de la misa, da la tónica: “Estén siempre alegres; el Señor está cerca”

La alegría se manifiesta en el texto de Isaías que acabamos de escuchar: “Me alegro en el Señor con toda el alma y me lleno de júbilo en mi Dios, porque me revistió con vestiduras de salvación”

La alegría inspira el salmo responsorial, que toma la oración pronunciada por María, conocida como el Magnificat; en el versículo decimos: “Mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador”

La alegría motiva las palabras de Pablo en su Carta a los Tesalonicenses: “Hermanos, vivan siempre alegres, den gracias en toda ocasión”

Todo el evangelio es un canto alegre pues es la narración de las palabras y acciones de Jesús, quien nos trae la salvación definitiva.

Todos queremos ser felices. La tristeza es una de las peores enfermedades del ser humano. La tristeza corroe el corazón, consume nuestras energías, nos impide afrontar con entusiasmo la lucha diaria. No podemos permitir que la tristeza eche raíces en nuestro interior.

Una de las expresiones poéticas más sublimes es la ODA A LA ALEGRÍA, escrita por el poeta alemán Schiller, inmortalizada por Beethoven en el Himno a la Alegría, con el que concluye la Novena Sinfonía, obra cumbre de la música de todos los tiempos.

Cuando utilizamos la palabra “alegría”, se abre ante nosotros un amplio abanico de posibilidades, donde encontramos de todo: desde lo más material y ordinario hasta lo más sublime; desde la alegría producto de la desinhibición del licor hasta la experiencia única de acoger entre los brazos a ese hijo recién nacido fruto del amor de la pareja.

Hay experiencias superficiales de alegría que se agotan rápidamente en el tiempo y que, con frecuencia, van acompañadas de vacío e insatisfacción. Y hay otras experiencias de alegría que tocan las fibras más hondas del corazón humano y que nos acompañan a lo largo de la vida.

Las verdaderas alegrías – aquellas que permanecen con nosotros y no nos abandonan con la fugacidad del presente – exigen renuncia, van precedidas del sacrificio, son resultado de la constancia.

Pensemos, por ejemplo, en la estabilidad de una relación de pareja. La solidez de un matrimonio exige una inversión de tiempo y esfuerzo. Por eso debemos desconfiar de aquellas propuestas de una felicidad “light”, facilitona, hay que sospechar de aquellas manifestaciones de alegría resultado de un golpe de suerte.

Cuando hablamos de la alegría como un componente importante dentro de nuestro proyecto de vida, no podemos ignorar que dentro de la tradición católica existen corrientes negativas que ven con sospecha estos proyectos de una vida feliz. Para estos grupos, el plan de Dios está tapizado de espinas:

¿Qué decir de estas ideas? Ciertamente, la vida tiene momentos muy difíciles.

Esto no quiere decir que el plan de Dios pretenda que seamos infelices y que suframos hasta el agotamiento.

Dios quiere que seamos felices. Dios quiere que recibamos el nuevo día con una sonrisa y con un agradecimiento por el don de la vida.

El pesimismo va contra el plan de Dios. Somos los seguidores de Jesús, triunfador del dolor y de la muerte. Caminamos con optimismo hacia la plenitud y no hacia la destrucción.

Es hora de terminar nuestra meditación dominical. Este III Domingo de Adviento nos invita a la alegría:

Que los símbolos navideños, presentes en nuestros hogares y en los centros comerciales, sean una llamada de atención sobre el contenido de las celebraciones navideñas: el Hijo de Dios asume nuestra condición humana para mostrarnos el camino hacia la casa del Padre.

Durante estas celebraciones navideñas, los niños deben ser el centro de nuestra atención. Que se sientan rodeados de ternura; que no haya niños tristes privados de afecto. La buena noticia de Dios que se hace niño debe motivarnos a transformar las condiciones de vida de la niñez: amor, buen trato, alimentación, educación. ¡Recordemos que los niños son los predilectos de Dios!

Jorge Humberto Peláez, S.J. (jesuitas,org/co)