sábado, 7 de marzo de 2009

Lectura del libro del Génesis 12, 1-4a


En aquellos días, el Señor dijo a Abrahám:-«Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré.Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y será una bendición.Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo.»Abraham marchó, como le había dicho el Señor.


Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1, 8b-10


Querido hermano:Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios. Él nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque, desde tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha manifestado al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal, por medio del Evangelio.



Lectura del santo evangelio según san Mateo 17, 1-9


En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta.Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:-«Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»



Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía:-«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.»Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:-«Levantaos, no temáis.»Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:«No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»

Pistas homilía II Domingo de Cuaresma



Jesús transfigurado fortalece la fe de sus discípulos

Antes del relato de la Transfiguración, Jesús les había dicho a sus discípulos que lo iban a matar y que al tercer día resucitaría (Mc 8, 31). De esta forma Jesús les había anunciado lo que iba a ser su propio sacrificio redentor, por el cual Él mismo, Dios hecho hombre, le daría un nuevo sentido a los ritos de ofrenda a Dios: el don de sí mismo cumpliendo su voluntad de amor hasta las últimas consecuencias, es decir, hasta la entrega de la propia vida. Y este nuevo sentido de la ofrenda a Dios es el que nos dice Él a nosotros que también debemos realizar en nuestras vidas, si queremos ser de verdad sus seguidores: “Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame” (Mc 8, 34).

El anuncio de su pasión y muerte, así como la exhortación a tomar la cruz y estar dispuestos a entregar la vida a imitación de Él, causaron en aquellos primeros discípulos un efecto de desaliento. En la Transfiguración Jesús les manifiesta su gloria para fortalecerlos en la fe, haciéndoles ver en forma luminosa lo que sería el acontecimiento pascual de su resurrección e indicándoles que en Él se cumplirían las promesas contenidas en el Antiguo Testamento, específicamente en los textos bíblicos de la Ley y de los Profetas, simbolizados por las figuras de Moisés y Elías.


También nosotros necesitamos que, en medio de la oscuridad de las circunstancias problemáticas y difíciles de nuestra existencia, cuando nos sentimos abrumados por el peso de la cruz que a cada cual le corresponde cargar, el Señor se nos manifieste iluminándonos con su propia luz y dándonos la fuerza que necesitamos para no desfallecer en el camino de la vida. Pero para que esto suceda, es preciso que busquemos espacios y aprovechemos los que se nos ofrecen para disponernos a atender, en un clima de oración, la voz de Dios que nos dice interiormente: “Este es mi Hijo predilecto, escúchenlo” (Mc 9, 7).




jesuitas.org

La oración llama, el ayuno intercede, la misericordia recibe


Tres son, hermanos, los resortes que hacen que la fe se mantenga firme, la devoción sea constante, y la virtud permanente. Estos tres resortes son: la oración, el ayuno y la misericordia. Porque la oración llama, el ayuno intercede, la misericordia recibe. Oración, misericordia y ayuno constituyen una sola y única cosa, y se vitalizan recíprocamente.El ayuno, en efecto, es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno.


Que nadie trate de dividirlos, pues no pueden separarse. Quien posee uno solo de los tres, si al mismo tiempo no posee los otros, no posee ninguno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le súplica.Que el que ayuna entienda bien lo que es el ayuno; que preste atención al hambriento quien quiere que Dios preste atención a su hambre; que se compadezca quien espera misericordia; que tenga piedad quien la busca; que responda quien desea que Dios le responda a é1. Es un indigno suplicante quien pide para si lo que niega a otro.Díctate a ti mismo la norma de la misericordia, de acuerdo con la manera, la cantidad y la rapidez con que quieres que tengan misericordia contigo.


Compadécete tan pronto como quisieras que los otros se compadezcan de ti.En consecuencia, la oración, la misericordia y el ayuno deben ser como un único intercesor en favor nuestro ante Dios, una única llamada, una única y triple petición.Recobremos con ayunos lo que perdimos por el desprecio; inmolemos nuestras almas con ayunos, porque no hay nada mejor que podamos ofrecer a Dios, de acuerdo con lo que el profeta dice: Mi sacrificio es un espíritu quebrantado: un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias. Hombre, ofrece a Dios tu alma, y ofrece la oblación del ayuno, para que sea una hostia pura, un sacrificio santo, una víctima viviente, provechosa para ti y acepta a Dios. Quien no dé esto a Dios no tendrá excusa, porque no hay nadie que no se posea a si mismo para darse.Mas, para que estas ofrendas sean aceptadas, tiene que venir después la misericordia; el ayuno no germina si la misericordia no lo riega, el ayuno se torna infructuoso si la misericordia no lo fecundiza: lo que es la lluvia para la tierra, eso mismo es la misericordia para el ayuno.


Por más que perfeccione su corazón, purifique su carne, desarraigue los vicios y siembre las virtudes, como no produzca caudales de misericordia, el que ayuna no cosechará fruto alguno.Tú que ayunas, piensa que tu campo queda en ayunas si ayuna tu misericordia; lo que siembras en misericordia, eso mismo rebosará en tu granero. Para que no pierdas a fuerza de guardar, recoge a fuerza de repartir; al dar al pobre, te haces limosna a ti mismo: porque lo que dejes de dar a otro no lo tendrás tampoco para ti.

De los sermones de San Pedro Crisólogo, obispo y Padre de la Iglesia.