Pastor, que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño,
Tú me hiciste cayado de ese leño
en que tiendes tus brazos poderosos.
Vuelve los ojos a mi fe, piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño
y la palabra de seguir empeño
tus dulces silbos y tus pies hermosos.
¡Oye, Pastor, que por amores mueres!
No te espante el rigor de mis pecados.
Pues tan amigo de rendidos eres,
espera, pues, y escucha mis pecados.
Pero, ¿cómo te digo que me esperes
si estás, para esperar, los pies clavados?
( Lope de Vega)
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